La adrenalina de envejecer.
Envejecer pareciera ser una cosa común y sencilla, siendo esta habitual y al mismo tiempo inevitable entre los humanos y las otras especies que habitamos este redondo terruño.
No lo es.
Llegar a la edad de la cogedera (eso porque se ve una en la perenne necesidad de asirse de cualquier objeto en el camino para no aterrizar en el suelo) no es fácil.
La realidad es que la adrenalina por ser, por estar, por tener, va desapareciendo y eso está bien.
Los días se van haciendo poco extraordinarios. Y tranquilos. Y eso es una belleza.
Porque lo que en realidad nos da bienestar suele ser bastante sencillo.
Y eso lo valoramos tarde en la vida.
Llega un momento en el que entendemos que la verdadera felicidad no requiere de tantos artilugios.
Tampoco de adrenalina.
Solamente de lo simple. Y eso es aparentemente sencillo.
Una vez lo vivido, te quedas con el conocimiento, con la experiencia, se queda lo esencial, y lo esencial suele ser bastante sencillo.
Nos cuesta verlo porque estamos viciados con la adrenalina.
Somos adrenalina-dependientes cuando estamos jóvenes. Yo también lo fui.
Pero a medida que vas llenando tu vida de cosas que te dan sentido de verdad, necesitas menos adrenalina.
La verdadera felicidad está en las cosas sencillas.
Y la verdadera sabiduría está en darte cuenta de esto lo más joven posible.
Y créanme, no estoy tan vieja, todo lo contrario… y con sus consecuencias.
Me encanta estar de vuelta.
Bienvenidos.